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lunes, 21 de julio de 2014

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SERGIO MONROY SEXTETO / PRESERVATION HALL JAZZ BAND: RENOVACIÓN Y SALVAGUARDA DE LA ESTIRPE 



Inolvidable doble sesión la de la sexta velada del XVII Festival Internacional Jazz San Javier. Y sumamente ecléctica, como el jazz mismo. Es la fiel marca de la casa, que desde que abrió sus puertas hace diecisiete años ha dado cobijo a todas las tendencias de este género capital de la música contemporánea.

Subió el telón el pianista gaditano Sergio Monroy con su sexteto, en formación ligeramente distinta al que trajo hace tres años a la XIV edición del festival. La instrumentación era esencialmente la misma, salvo que en aquella ocasión contó con las resonancias genuinamente  flamencas de la guitarra de Oscar Lago y, en ésta, con los timbres más clásicos y jazzísticos del saxofonista Pedro Cortejosa. Por lo demás, Dani Arjona sustituía en el bajo eléctrico a Alejandro Benítez, Nano Peña a Juan Sainz en la batería y Javi Katumba a su hermano Israel en las percusiones. La excelente y carismática cantaora Reyes Martín era la única que seguía en su puesto. Y Oscar Lago tenía reservada su aparición estelar en los compases finales del concierto, dedicados a homenajear con oportunidad y delicadeza al gran Paco de Lucía, maestro supremo de las últimas generaciones de músicos flamencos. “Cuando alguien me pregunta que a qué pianistas escucho, les contesto que yo escucho a Paco”, llegó a confesar Monroy con su gracejo y espontaneidad habituales. Lo cierto es que, por antigüedad y tradición, la guitarra es, ha sido y será, el instrumento rey del flamenco. También por pura logística. Pero la contribución del piano ha sido tan importante en el flamenco que sin él su historia no sería la misma. Y qué decir de su aportación al mundo del jazz. La fusión de ambos géneros dio lugar a uno de los entramados de interrelaciones musicales más fructíferos y complejos de la historia de la música reciente. Y su marchamo es netamente español, como atestigua la larga nómina de pianistas patrios de diferentes generaciones que han apostado por esta fórmula en las últimas décadas: Manolo Carrasco, Diego Gallego, Chano Domínguez, David Dorantes, Juan Cortés, Pedro Ojesto, Abdón Alcaraz, la joven Ariadna Castellanos o el propio Sergio Monroy, por citar solo a unos pocos de los más representativos.

Tras una breve introducción de piano solo, el grupo acometió en quinteto la rumba “A-4”, perteneciente al segundo trabajo publicado por Monroy, Chicuco (2008). Por causas fácilmente comprensibles en un festival de esta envergadura y en fechas de temporada alta, Reyes Martín llegaba con retraso y, ni corto ni perezoso, Sergio Monroy se atrevió a sustituirla al cante antes de acometer el primero de los temas de su último trabajo, Como un juego (2013), líricamente titulado “Y se enamoró la luna”, un lento y precioso adagio a dúo que, según dijo, le inspiró una pareja de fans que le confesó que solían “enrollarse” escuchando temas suyos; una pieza, además, en la que se lució con el soprano el saxofonista Pedro Cortejosa, que hacía su estreno en Jazz San Javier. Tras ella vinieron, ya con Reyes Martín sobre el escenario, tres composiciones más de su flamante tercer álbum: “Volveré a quererme”, una balada que la cantaora interpretó magistralmente con voz aterciopelada y que dio pie a Monroy para animar al público a comprar sus discos (“A diez pavos… Tengo un niño de seis años y tiene que hacer pronto la comunión, no digo más”); después, “Creo”, un tema envolvente de aires mediterráneos, contundentes bases rítmicas e insistencia en los motivos que fusiona con gran equilibrio el flamenco y el jazz, toda una declaración de intenciones que el público premió con un sonoro “¡Olé!”; y luego el delicado y romántico tema que da título al álbum, “Como un juego”, interpretado solamente a trío (piano, bajo y voz, con gran protagonismo de Dani Arjona). A continuación, el grupo acometió dos de las piezas más emblemáticas de su segundo álbum, Chicuco: “Ni pa ti ni pa mí”, por tangos y de nuevo en sexteto, y  “El aire de la plaza”, una inspirada y  poética elegía dedicada “a un hombre mayor que me enseñó a entender el flamenco”, interpretada a dúo con Reyes Martín, muy fiel a la ortodoxia pero sabiamente salpicada de acordes y modulaciones netamente jazzísticos. Luego, dando un salto atrás en el tiempo y en formación de cuarteto (sin Reyes Martín y Pedro Cortejosa), le llegó el turno al tanguillo “De garabato”, el único tema de su primer álbum, Monroy (2003), que incluyó en esta actuación, una composición muy rítmica y compleja, una suite en la que Sergio Monroy dio sobradas muestras de su dominio instrumental, su poderosa y refinada expresividad y su inconfundible estilo, para mí uno de los más personales, coherentes, innovadores y fieles a este género musical.

Y llegó el momento esperado, el del anunciado homenaje a Paco de Lucía a petición de Jazz San Javier. Sergio Monroy presentó a Oscar Lago, que tenía reservado el centro del escenario, para interpretar dos célebres composiciones del inigualable maestro: la envolvente y cadenciosa “Canción de amor”, tocada a trío con Arjona y Monroy, con amplios espacios para los diálogos entre la guitarra y el piano, y “Ziryab”, de nuevo en septeto, con una alegre Reyes Martín a las palmas y al jaleo; un tema que hace años ya transportó al piano Chano Domínguez y formó parte de su álbum-homenaje a Paco de Lucía, 10 de Paco (1995). La concurrencia aplaudió con entusiasmo el breve pero conmovedor tributo, y Sergio Monroy se puso en pie, avanzó unos metros en el escenario y se dirigió a ella en estos términos: “Espero que os haya gustado. Con sus más y sus menos, la verdad es que yo he disfrutado”. Finalmente, agradeció de corazón a la dirección del festival que hubiera confiado por segunda vez en él “precisamente cuando más lo necesitaba, en un momento en que por razones personales lo estaba pasando mal”. Desconozco esas razones personales (a Sergio Monroy, que es muy comunicativo, le gusta crear complicidades y tiende a compartir a salto de mata sus estados de ánimo..., seguro que con un poquito más de margen nos habría hecho algunas confidencias más) pero, con la que está cayendo, no me extraña. Me pongo sin ningún esfuerzo en su lugar. Los músicos somos, ante todo, personas. Y no hay más que ver y oír a Sergio Monroy para comprobar que además de un gran músico es una persona cabal. Esa mezcla no suele producir grandes negocios. Será por eso que dejó para el final la composición más comprometida de su último trabajo, “Que despierte la conciencia”, en la que la letra rapeada de la grabación original fue sustituida por un poderoso solo del bajista Dani Arjona.

En definitiva, con tres álbumes en su haber, Sergio Monroy brilla con luz propia en el ya vasto universo del piano flamenco y su fusión con el jazz y otras músicas del mundo. Conocedor de los cánones y la expresividad más netamente flamencos, sus temas nos cuentan historias preferiblemente cortas; más que historias, poemas, sazonados con pequeñas dosis muy bien calibradas de jazz e improvisación. Su concierto, una encrucijada de palos flamencos en composiciones propias, respondió con creces a las expectativas y nos volvió a dejar un muy, pero que muy buen sabor de boca. ¡Gracias, maestro, por tu arte y tu generosidad!!
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GALERIA FOTOGRAFICA. 






















La actuación que vino después merecería una extensa crónica aparte, pues fue no solo uno de los espectáculos más novedosos de esta edición, sino también uno de los más grandes y sublimes (y son ya muchos en nuestro haber) que hemos tenido el privilegio de presenciar en toda la historia del festival. Pero todavía estoy impactado, como si hubiera sido testigo de un auténtico milagro. Y es que hay veces en que el jazz se escribe por sí solo y nos regala capítulos que nos dejan con la boca abierta y nos impiden articular palabra alguna. Así me sentí, así nos sentimos todos cuantos allí nos encontrábamos en fraternal asombro, desde el primero al último compás del conciertazo de la Preservation Hall Jazz Band: sus músicos lo dijeron todo, nosotros sólo tuvimos que escuchar. Y aprender. ¡Y vaya si aprendimos! Fue una clase magistral. En dos horas tan fugitivas como eternas, todos y cada uno de sus componentes escribieron sobre la pizarra del escenario, varias veces, de arriba abajo y de abajo arriba, el antiguo y sin embargo siempre nuevo testamento de la mismísima Biblia del Jazz. Qué dinámica, qué empuje, qué rotundidad, qué eficacia para conseguir que los viejos temas y ritmos tradicionales de la música de Nueva Orleans (“Bourbon Street Parade”, “Shake It And Break It”, “St. James Infirmary Blues”, “Dippermouth Blues”, Tiger Rag” o “Dear Lord”), ya de por sí vivarachos y contagiosos, suenen a nuevos y alcancen cotas de exuberancia y energía extraordinariamente inusitadas. Esa noche disfrutaron y bailaron hasta los cimientos del Auditorio Parque Almansa. Claro, una institución tan prestigiosa como la Preservation Hall Jazz Band, llegada desde la mismísima cuna del jazz, marca inevitablemente la diferencia. Lo llevan en el ADN. Convierten cualquier tema que toquen, por sencillo que sea, en puro oro molido. Comprendí de inmediato que, salvo honrosas excepciones, por estos pagos aún no estamos habituados a un empaque de semejante magnitud. Tardaré (tardaremos) en digerir la verdadera impronta que los solos del trompetista Mark Braud, el saxofonista Clinton Maedgen o el trombonista Frederik Lonzo dejaron en nuestros corazones; o la impetuosa alegría de Ronell Johnson con la tuba... Su música seguirá sonando durante mucho tiempo en mi interior. Y tal vez, pobre de mí, encuentre algún día las palabras necesarias para transmitir todo lo que experimenté a lo largo de ese memorable y mágico concierto del 16 de julio de 2014.

Hasta entonces (y lo escribo con más bríos que nunca), ¡salud y larga vida al jazz! 

                                                                                                 Sebastián Mondéjar.


















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